Segundo artículo de la serie sobre el Síndrome Tóxico. Esta crisis sanitaria de enorme dimensión y transversalidad sacudió España en 1981. Acceder al resto de artículos.
El Ministerio de Sanidad salió al paso de la noticia de tres posibles nuevas muertes por la «neumonía atípica» y anunciaba para la mañana del 21 de mayo de 1981 una rueda de prensa de su titular. D. Jesús Sancho Rof, ministro de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social (denominación completa en ese momento de dicho Ministerio) ya tenía experiencia ministerial tras haber ocupado la cartera de Obras Públicas y Urbanismo desde 1979 en el gobierno de Adolfo Suárez. También es interesante reseñar que durante algo más de un año (entre 1974 y 1975) fue Director General de RTVE.
La comparecencia de Sancho Rof (doctor en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid) ha quedado para la historia como ejemplo de mala comunicación en tiempos de crisis. Un ejemplo del cual posteriores ministros no aprendieron nada como demostraron en crisis como la de «las vacas locas» o la del «Prestige«.
Mientras El País llevaba el asunto en portada al día siguiente medios como La Vanguardia o ABC lo mantenían en páginas interiores en una jornada destacada por el relevo en la presidencia de Francia (François Mitterrand sustituyó a Valéry Giscard d’Estaing).
La comparecencia de Jesús Sancho Rof
Según el entonces Ministro se tenía ya aislado al causante («Se detecta el micoplasma y ningún otro agente. En los cultivos, el germen crece como micoplasma.») aunque se desconociese cuál era exactamente («Se sabe cuál es el agente en un 90%, pero no su segundo apellido.»). Por ello el Ministerio ya estaba centrado en otras cosas («Las preocupaciones de Sanidad no se centran en el brote epidémico, sino en que se cree un ambiente de psicosis, una sensación más peligrosa que la propia epidemia»). Lo cual estaba muy alejado de la realidad y plagado de contradicciones.
«No se ha dado ni un solo caso de contagio producido en un colegio aunque algún alumno estuviese enfermo. Por tanto, se puede asistir al cine o a cualquier tipo de acto colectivo en lugares cerrados sin ningún tipo de temor. El contagio sólo se produce cuando existe una relación íntima como es el caso de las unidades familiares» no parece la mejor recomendación si realmente se trataba de una bacteria contagiosa del tipo Mycoplasma pneumoniae. Tampoco resulta razonable decir que «No se transmite ni por las corrientes de aire, ni por ningún agente físico».
Y no cuadra para nada con que los datos epidemiológicos en su haber no revelasen ningún foco concreto de contagio. Tampoco con la simultaneidad de los procesos en las mismas unidades familiares. Con esos datos contradictorios e incompletos no se podía descartar (como hizo Sancho Rof) prácticamente ninguna teoría razonable como lo era la de la vía digestiva del doctor Muro. Otras, como focos de radiactividad o armas biológicas, sí quedaron descartadas de forma justificada ante la falta de focos de emisiones.
Entre tanta desinformación el ministro Sancho Ros dejó una frase para la historia: «[…] lo causa un bichito […] tan pequeño que si se cae de la mesa, se mata».
La hipótesis del doctor Muro
Con esta información en los medios y la realidad galopante de víctimas la alarma estaba más que justificada. El 29 de mayo el Ministerio contabilizaba ya más de 2.000 ingresados y 18 fallecidos. La lista de provincias afectadas también aumentó. La histeria llegaba hasta el punto de que en algunas zonas de Madrid se había recomendado llevar una bolsa con bolitas de alcanfor para prevenir el supuesto contagio.
La investigación oficial se estancaba, incapaz de descubrir qué agente causaba la enfermedad. Los medios acogieron las afirmaciones del doctor Antonio Muro que afirmaba conocer la causa. Incluso él mismo y su hijo se habrían inoculado el supuesto agente causante. En ningún momento dice qué se inoculó con exactitud…si es que se inoculó algo.
Siguió por su cuenta (y a su manera) con la investigación que su cese en el Hospital del Rey había detenido. Dado que habría confirmado la vía digestiva sus investigaciones apuntaban a algún componente de las ensaladas. Los testimonios de los afectados parecían confirmar que todos las habían consumido. Recorrió junto a sus colaboradores mercadillos tomando muestras de vegetales como lechugas, cebollas, etc.
Para que dicha recogida de muestras tuviese sentido era necesaria una premisa difícil de cumplir: que el producto tóxico siguiese en el mercado. Algo complicado en un género con tanta rotación como las verduras y más hace casi 40 años. Un saco de estas muestras llegó a ser enviado al CDC de Atlanta (nunca más se supo). Tomó muestras de vinagres, sal y aceites que le proporcionaban en muchos casos los mismos afectados. También adquirió (20 de mayo) varias garrafas diferentes de aceite a granel en un mercadillo de Torrejón . Por su calidad y mal envase apestaron allá por donde pasaron (coche, casa, etc.).
Los tomates
La mayoría de estos aceites eran de colza y grasas animales. En todos se mezclaban otros aceites como los de girasol, orujo, oliva, etc. ¿Qué pruebas de toxicidad realizaba el doctor Muro? Es difícil de saber ya que ninguna tenía el rigor suficiente para ser publicada. Por ejemplo: aunque tenía al menos 10 muestras diferentes de aceite realizó un experimento con solo 4 grupos de ratones que no mostraron, al parecer, ningún síntoma. Muro descarta de este modo tan particular la posibilidad del aceite y del casi todo el resto de componentes de las ensaladas.
Y abre entonces sin fundamento una nueva posibilidad: los tomates podrían contener algún pesticida. Muro lleva más allá: apunta a un producto contra los nematodos de una marca concreta. Ninguna de las muestras que posee de esta fruta corresponde a las consumidas por los afectados. Tampoco tiene confirmación de que ninguna muestra haya presentado toxicidad por ese nematicida. Las pruebas que hace en ratones solo muestran alguno de los síntomas y no el cuadro completo.
Y va lanzando sus conjeturas tal como se le ocurren. Fomenta así un mayor perjuicio para los productores agrícolas españoles ante el temor a consumir sus productos.
De forma velada logra que algún medio se haga eco de esta nueva hipótesis pese a la carencia de pruebas que la apoyen. Y sienta las bases de una conspiranoia que algunos mantienen a día de hoy.
Continúa el reguero de muerte y afectados
Pese a las declaraciones del Ministro Sancho Rof la expansión no se detiene. A principios de junio el número de hospitalizados supera los 2.500 pese a las numerosas altas. La cifra oficial de fallecidos llega a la veintena (la oficiosa es de 5 o 6 más). El secretario de Estado para la Sanidad, Luis Sánchez-Harguindey, vuelve a aparecer en los medios para intentar tranquilizar a la población y, sobre todo, al turismo ante la inminente campaña veraniega. Así lo informa también la Organización Mundial de la Salud (OMS) a sus miembros.
Se va conociendo algo más del cuadro clínico junto con las similitudes con la neumonía. Al evolucionar aparece inflamación en algunos órganos vitales (hígado, bazo, corazón, etc.). Los tratamientos en ese momento eran básicamente los de una neumonía: Vitamina E, eritromicina o antibióticos.
Para el martes 9 de junio de 1981 los hospitalizados superan los 3.000 mientras que los fallecidos (oficiosamente) llegaban a la treintena. Ese mismo día el doctor Juan Manuel Tabuenca Oliver (pediatra y director en funciones del Hospital Infantil Niño Jesús de Madrid remite una carta al ministro de Sanidad. En ella señala a la vía digestiva, desechada sin motivo por ese Ministerio. Y también apunta a la causa desechada por el doctor Muro. El aceite. Nadie hablaba todavía de «síndrome tóxico».
Las cartas del doctor Tabuenca
Pese a su trascendencia las cartas no son fácilmente localizables. De hecho lo que reproduzco procede del libro «El montaje del Síndrome Tóxico» (Gudrun Greunke-Witty, Jörg Heimbrecht. 1988), libro del que hablaré más adelante.
Él y su equipo observaron más de 210 casos pediátricos de la «neumonía atípica». Sin descartar otras hipótesis llegaron a una conclusión: no había ningún menor de seis meses afectado. Realizando un trabajo similar al del doctor Muro en cuanto a realizar cuestionarios a los padres observó otra circunstancia: los miembros de las familias afectadas que no sufrían la enfermedad no acostumbraban a tomar aceite.
Todos los afectados también coincidían en que compraban aceite a granel en mercadillo y puestos ambulantes. Los resultados del análisis de muestras de aceite y sangre de pacientes no daban todavía con una causa. Sí descartaban la presencia de algunas sustancias. Ni grandes dosis de aceites minerales, ni agentes inhibidores de la colinestarasa (insecticidas organofosforados y clorados) ni metales pesados como Mercurio o Cadmio.
Tabuenca carecía en ese momento de pruebas tal como le sucedía al doctor Muro. El ministro Sancho Rof , tras consultar a algunos expertos, no dió más importancia a la nota. O al menos eso pensó el pediatra.
La segunda carta
Tabuenca visitó personalmente al ministro al día siguiente. Le manifestó creer conocer la causa (pese a no tener las pruebas necesarias). «Tengo la prueba, un aceite, aceite de colza es el causante, porque tengo un bebé en mi hospital con los síntomas típicos y siempre cuando el bebé lloraba su mamá le daba una cucharadita para calmarlo. Esto era lo único que no encajaba en su dieta». No se pudo comprobar la certeza de la afirmación sobre el bebé.
Durante la tarde Tabuenca recibe nuevos resultados analíticos de las muestras de aceites. A última hora de la tarde (20h.) remite una nota a Luis Sánchez-Harguindey. Comenzaban así unas horas informativas trepidantes que cambiarían el curso de la epidemia tal como veremos en la tercera entrega de esta serie de artículos sobre el Síndrome Tóxico.
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